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lunes, 10 de diciembre de 2012

11 de diciembre de 1987



En este lugar, a la misma hora en que se ha hecho la foto, pero 31 años antes.
Mas que el ruido, fue la onda expansiva la que nos sacó literalmente a toda la familia de la cama. Mi padre, sin siquiera asomarse a la ventana intuyó lo que acababa de pasar. En pijama, con una cazadora de la época estilo aviador y las zapatillas de felpa, me lancé a la calle con la cámara de fotos, una Olympus que aún conservo.  Mi casa en la calle Caracoles, estaba situada a unos 150 mts. lineales del cuartel y no sufrió más daño que la rotura del cristal del portal, ya que se encontraba protegida por otros edificios.  Cuando me encaminé por la calle José Oto en dirección al cuartel, el espectáculo cambió radicalmente: todo el suelo estaba lleno de cristales, aluminio de los cerramientos, macetas, ropa, cortinas y objetos de todo tipo. El ambiente sonoro era una mezcla de llantos, gritos de dolor y desesperación y rabia mucha rabia, puesto que todos los que estábamos en la calle o asomados a las ventanas eramos conscientes de lo que había ocurrido. Si alguien preguntaba que había pasado, la respuesta era unánime: ¡ El cuartel, han volado el cuartel ! Las alarmas de todos los coches, suplían la ausencia de sirenas de ambulancias y policia.

Muy poco me costó llegar al callejón entre la lechera y la fábrica de aceites, por donde hacía muy poco tiempo había huido el asesino, y encontrarme en una nube de humo, polvo y niebla junto con otras tres o cuatro personas más que no acertábamos a actuar de una manera coherente. Recuerdo un intenso, muy intenso olor a neumático quemado. Ante mí,  ruinas polvorientas y humeantes bajo las cuales intuía que había personas. Enseguida empezaron a llegar policías, bomberos, sanitarios y me alejé de allí, sin mover una sola piedra, sin hacer nada, ni tan siquiera una fotografía.

Esta foto la hice después, creo que la misma tarde del día 11
Me acordé de mi amigo Carlos Grasa, que vivía justo enfrente del cuartel. Subí a su casa andando, puesto que los ascensores estaban estropeados por la explosión. La subida hasta su vivienda fue terrible. Toda la escalera estaba llena de gente sangrando, gritando de rabia, gritando de miedo, llorando, maldiciendo, buscando a los restantes miembros de su familia. Todas las puertas estaban abiertas, mejor dicho, desencajadas, los techos de escayola por el suelo y ninguna ventana con cristales; con la niebla, el humo y el polvo del cuartel mezclándose con el polvo y ruido de los destrozos de la propia escalera. Al llegar a su casa,  Carlos me recibió en pijama, al igual que su madre. No tenían ninguna  herida, pero en la habitación de Carlos nada estaba en su sitio. Todos los libros , estanterías y armarios estaban en suelo o por encima de la cama. Milagrosamente mi amigo solo recibió el golpe, siempre cariñoso, de algún libro. Carlos opinaba, al igual que mi hermano que lo más seguro es que fuera  un posible polvorín o arsenal del cuartel lo que había estallado. Después de esto creo que volví a mi casa, donde mi hermano Angel, dentro de su retórica antisistema, volvió a exponer su teoría del polvorín. Creo que le dí una muy mala contestación. Tampoco había otra.


Esa mañana para ir a mi trabajo en la Pza. de Santa Cruz, creo que dí una vuelta muy grande para no pasar por la avenida de Cataluña, aunque sí recuerdo haber visto el motor del R-18 cerca de una acera de esta avenida.


A mediodía vino a comer a casa Carmelo, su mujer y sus dos hijos, uno de ellos compañero de clase de mi hermano Miguel. Carmelo era el guardia civil de puertas que dió el relevo a su compañero, minutos antes de la explosión. Vivía  en la avenida de Cataluña,  a escasos 50 mts del propio cuartel. Justo al cerrar la puerta de su casa sonó la explosión, que la dejó  destrozada. Como también lo dejó destrozado a él a su mujer y sus dos hijos


Hacia un tiempo que se había librado milagrosamente del atentado de San Juan de los Panetes. 

Fue una comida en silencio, con una sopa caliente acompañada de muchas lágrimas.

Todas las mañanas, cuando abro la ventana de mi habitación, veo el monumento que se levanta en la actual plaza de la Esperanza en recuerdo de aquellas víctimas. Evidentemente, nunca podré olvidar aquel 11 de diciembre.                                                         Tampoco quiero olvidar.

sábado, 14 de enero de 2012