Avel.lí Artís Gener, como capitán de la División 27 (antigua columna Carlos Marx) narra en el 2º tomo de su obra Viure i Veure (Vivir y Ver) su experiencia en la batalla de los Cabezos de Singra (Teruel) del 25 al 29 de enero de 1938 :
Ahora habíamos entrado en una zona del terreno agujereada por muchos riachuelos, que la nieve que ya había empezado a deshacerse hacía caudalosos: el de Pedrizas, el del Regajo, el de Sánchez, el de Carragüeña, de los cuales confiábamos o utilizábamos como protección. No contábamos, aún así, que también había mucha artillería, que nos batiría desde lejos, desde la Sierra de Almohaja, que se levantaba delante nuestro cerrando el valle de Singra por el oeste, a unos 10 o 12 kilómetros de dónde estábamos. Y desde Singra mismo y desde nuestro objetivo de los Cabezos disparábamos metralletas y morteros, y todo esto sin que nosotros tuviéramos ningún blanco contra el cuál apuntar nuestras armas. Atravesamos en diagonal la carretera que iba a Torre la Cárcel, al sur de nuestro objetivo, y los aviadores no subestimaron la ocasión de ensartarnos poco a poco. Nos paramos en un margen minúsculo, para poder analizar la situación y hacer un doble recuento: de gente y de posibilidades”.
Avel.lí Artís Gener (de ahora en adelante Avelino) tras su regreso del exilio mejicano fue un conocido escritor y periodistaMas información sobre Avelino y se hizo muy popular a raiz de ser el encargado de los crucigramas de la Vanguardia y el Pais.
Avelino pasó gran parte de la Guerra Civil en tierras aragonesas encuadrado en la columna Carlos Marx, formada por el PSUC. Posteriormente esta columna se integró en la 27 División del Ejército Popular de la República, en la que llegó a desempeñar el cargo de teniente coronel. Banastás, Banaries y otras localidades proximas a Huesca capital, Almuniente, Robres, Sariñena, la zona oriental de Huesca, el Vedado de Zuera y la sierra de Alcubierre y unas cuantas localidades turolenses, Perales, Singra, Pancrudo, fueron lugares por los que anduvo y combatió. Fue su columna Carlos Marx la que participó en los sangrientos combates de abril de 1937 en el puerto de Alcubierre. En octubre de ese mismo año, otro escritor, en este caso en el otro bando, es herido en ese mismo lugar. Se trata de Camilo José Cela.
Esta pared del refugio del Cabezo Bajo, en Singra, donde Avelino combatió y perdió a gran parte de sus hombres, muestra la crudeza de los combates que se vivieron en este lugar. Una o varias granadas de mano, aseguraban a los soldados asaltantes la eliminación de los posibles soldados que aquí se pudieran resguardar. La otra pared, con otra entrada/salida muestra el mismo mensaje de destrucción.
Del 25 al 29 de enero de 1938, las fuerzas de la Divisón 27, antigua columna Carlos Marx, lanzan un fuerte ataque por la zona de Singra y Torrelacarcel, con la intención del cortar la carretera y el ferrocarril que comunicaba Zaragoza con las proximidades de Teruel capital, y eran utilizados para aprovisionar al ejército sublevado que estaba cercando a Teruel, única capital de provincia conquistada por el ejército de la República. El "chaqueteo" de un médico, que se pasa al ejército franquista, desbarata el efecto sorpresa que pretendían que tuviera dicho ataque. La batalla se saldó con otra sangría para el ejército republicano, que entre otras cosas perdió 7 de los 12 tanques que dispuso para la batalla: dos de ellos capturados por el enemigo. Franco publicó un edicto mediante el cual se pagaba hasta 500 pesetas (de las de entonces) por cada tanque capturado al enemigo. A principios de 1939 el ejército de Franco poseía más de la mitad de los casi 300 tanques que la URSS vendió a la República. Una manta y mucho valor, bastaban para inutilizar a estos tanques, que por otra parte eran los mejores que había en el escenario bélico.
La posición estaba defendida por soldados de la 54 división franquista. En la parte media-derecha de la foto se aprecia la posición del Cabezo Bajo, y hacia la izquierda de la misma el ramal en zigzag por donde debieron huir los soldados al verse sobrepasados por los soldados de la división 27 republicana.
En el posterior contraataque para recuperar las posiciones, éstos huyeron campo a través en dirección a la Sierra Palomera, pero la mayoría no pudieron lograr su objetivo.
Visitar las posiciones de los Cabezos de Singra, una apacible mañana de otoño y deambular entre sus trincheras y fortificaciones me invitó a reflexionar sobre la dureza de la vida en aquellas condiciones.
Ir del cabezo bajo al cabezo alto me costó poco más de 20 minutos. Muchos soldados, de uno y otro bando, durante esos frios días de invierno no pudieron conseguirlo. Enterrarse, fundirse con las piedras y las aliagas era su única opción para sobrevivir
Luis Armiñán, publicó en Heraldo de Aragón con motivo de aquella batalla que las bajas del otro bando superaban los 2.000. Antonio Garcia Navarro, Teniente Coronel al mando de las tropas franquistas cuando se inicia el asalto, habla de 150 fallecidos y 350 prisioneros. Y otras fuentes cifran en 900 las victimas.
En las guerras, la primera victima es la verdad.
No se quien arrojó las granadas dentro del refugio, ni quien las recibió. No se si importa. En el año 2007 la Asociación Pozos de Caude´ volvió a rematar a 36 de estos soldados, no se si republicanos o del bando fascista, tampoco importa. El texto que sigue es de Arturo Pérez Reverte, publicado en el XL Semanal, de 4 de enero de 2009. " Buscando los restos de doce republicanos asesinados en el pueblo turolense de Singra, una asociación para la recuperación de la llamada memoria histórica desenterró hace más de un año, por error, treinta y seis cadáveres de soldados muertos durante la Guerra Civil, en la batalla de Teruel. Examinados los restos por un equipo de arqueólogos y forenses, y tras comprobar que allí nadie había sido fusilado, sino que todos eran hombres -muchos muy jóvenes- muertos en combate, los bienintencionados desenterradores no supieron qué hacer con tanto fiambre fuera de programa. De haber sido los doce republicanos asesinados, la historia habría salido redonda: homenaje a las víctimas, malvados nacionales y demás parafernalia. Incluso con soldados leales a la República, el asunto habría tenido por dónde agarrarse. Pero se daba la incómoda circunstancia de que los muertos, enterrados en fosa común en el mismo campo de batalla, pertenecían tanto al ejército nacional como al republicano. Eran de los dos bandos, mezclados en la barbarie de la guerra y la tragedia de la muerte. Españoles sepultados juntos, como debía y debe ser. Como lección y homenaje, deliberado o casual, de sus enemigos y compañeros. Así que imaginen el papelón. Nuestro gozo en un pozo, colega. Esto no hay quien lo venda al telediario. Treinta y seis aguafiestas jodiendo el invento. Pero lo más fino es la solución. Tan de aquí, oigan. Tan española. Disimula, Manolo, y silba mirando para otro lado. Unas cajas de cartón, el alijo dentro, y los treinta y seis juegos de huesos depositados en las antiguas escuelas del pueblo. Guarden esto aquí un momento, háganme el favor, que vamos a comprar tabaco. Hasta hoy. Y mientras escribo esta página, los despojos llevan trece meses muertos de risa, metidos en las mismas cajas, sin que nadie se haga responsable. El alcalde de Singra, que es socialista, anda un poquito mosqueado, diciendo que no está bien tener ahí los huesos de cualquier manera; que cualquier día entran unos perros y se ponen ciegos mascando fémures de ex combatientes, y que los de la asociación desenterradora tendrían que hacerse cargo del asunto, comprar féretros y sepultar aquel circo como Dios manda. Y los otros, por su parte, llamándose a andana. Diciendo que, como no son los familiares que buscaban, pues que tampoco hay prisa, buen hombre. Ni se acaba el mundo ni nos corren moros, que decían los clásicos. La asociación es modesta, no está para muchos gastos, y ya se hará cargo cuando buenamente pueda. Si puede.
Y claro. Uno piensa que, por azares de la vida y de la Historia, quien pudo acabar en esa fosa tan alegremente abierta pudo ser mi tío paterno, el sargento republicano de diecinueve años Lorenzo Pérez-Reverte; o el alférez nacional Antonio Mingote Barrachina, que es la bondad en persona, con quien me siento cada jueves en la RAE; o el padre de mi compadre Juan Eslava Galán, que hizo media guerra en un bando y media guerra en otro. Y los imagino a todos ellos, o a otros como ellos, descansando tranquilos y a gusto desde hace setenta años en su fosa común de Singra o de donde sea, bien juntos y revueltos unos con otros, rojos y nacionales, tras haberse batido el cobre con saña cainita y mucho coraje, como Dios manda. Y en eso llega una panda de irresponsables, les pone los huesos al aire y los deja en cajas de cartón, porque en realidad buscaban a otros. Y las quejas, al maestro armero. E imagino sus chirigotas y carcajadas de caja a caja y de hueso a hueso. Fíjate, compañero. Memoria histórica, la llaman. Hay que joderse. ¿Sabrá un burro lo que es un pictolín? Triste y estúpida España, la nuestra. La de entonces y la de ahora. Por esta peña de subnormales no valía la pena matarnos, como nos matamos."
El libro Ver y Vivir, donde se narran diversas vicisitudes del Teniente, Capitán y Teniente Coronel Avelino Artis Gener, lo podéis consultar en la siguiente pagina web Vivir y Ver Tomo 2 -viure i Veure-
Fenomenal reseña.
ResponderEliminarUna posición, como muchas otras, repleta de historias que contar.
Enhorabuena por el gran trabajo de documentación.
Que cojones pintan poniendo una lapidita en catalan ,so butifarras.
ResponderEliminarLo curioso es que antes de ser enterrados (revueltos) ya cadáveres, antes se habían enterrado (también revueltos) pero en vida; en efecto, durante el contraataque de finales de enero de 1938, los combatientes de uno y otro bando que de día se disparaban en la zona próxima al cementerio "pactaron" un descanso nocturno de seis a seis horas; así que se juntaban en el cementerio y allí mismo se hacían un hueco en los nichos. Nadie molestaba a nadie hasta el amanecer. es un testimonio directo de mi padre, alférez nacional que combatió en Singra. Es la primera noticia que tuve de esa localidad. Si no hubieran pactado, muchos habrían muerto congelados a la intemperie. Luchaban, no por gusto, y muchos quedaron allí, tampoco por gusto. Durmiendo unos con otros y los huesos por ahí revueltos, toda una metáfora de lo que fue esa guerra.
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